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Y contigo o sin ti, lo haré. Empiezo en septiembre, cuando comienzo el camino. “El camino” quiere decir mi regreso al sur. Quiere decir, por ejemplo, ver brevemente a Myrlie Evers y a los niños. Esos niños que ya no son niños. Significa volver a Atlanta, a Selma, a Birmingham. Significa ver a Coretta Scott King y a los hijos de Martin. Sé que la hija de Martin, cuyo nombre no recuerdo, y la hija mayor de Malcolm, quien se llama Attalah, están en el teatro y, al parecer, son amigas. Significa ver a Betty Shabazz, la viuda de Malcolm, y a sus cinco hijos pequeños. Significa exponerme como uno de los testigos de la vida y la muerte de sus famosos padres. Y quiere decir mucho, mucho más que eso. “Una nube de testigos”, como una vez lo dijo San Pablo. TESTIGO Primero conocí a Malcolm X. Lo vi antes de conocerlo. Yo daba una plática en algún lugar de Nueva York. Malcolm se sentó en la primera fila del salón, inclinándose en un ángulo que les permitía a sus brazos largos casi tocar los tobillos de sus largas piernas, y me miraba. Casi entré en pánico. Conocía a Malcolm sólo por ser una leyenda y, como yo era un chico de Harlem, era lo suficientemente astuto para desconfiar de dicha leyenda. Malcolm podía ser la luz que la gente blanca decía que era, pero, en general, las opiniones de los blancos en estos temas eran de dar risa y hasta patéticas. A veces estas opiniones tenían malos resultados. Por otra parte, Malcolm tampoco tenía motivos para confiar en mí. Así que, un poco torpe, seguí con mi conferencia, con Malcolm viéndome todo el tiempo. Como miembro de la Asociación Nacional de Gente de Color, Medgar investigaba el asesinato de un hombre negro, que había ocurrido unos meses atrás. Me mostró cartas de negros pidiéndole que lo hiciera. Y me invitó a ir con él. Estaba muy asustado, pero tal vez ese viaje nos ayude a definir lo que quiero decir con la palabra “testigo”. Estaba por descubrir que la línea que separa a un testigo de un actor es de hecho muy delgada. Sin embargo, esa línea es real. Por ejemplo, no era un musulmán negro, del mismo modo, aunque por diferentes razones, que nunca me volví una Pantera Negra. Porque no creía que toda la gente blanca fuera mala PARTIDO PANTERA NEGRA y porque no quería que los jóvenes negros lo creyeran. No era miembro de ninguna congregación cristiana porque sabía que no habían escuchado ni vivían bajo el mandamiento de: “Ámense los unos a los otros como yo los amo”. Y no era miembro de la Asociación Nacional de Gente de Color porque en el norte, donde crecí, esa asociación estaba fatalmente ligada a las distinciones de clases negras, BIENVENIDOS A LA SEDE DE LA NAACP o a las ilusiones de estas, que le disgustaban a un niño limpiador de zapatos como yo. No tenía que lidiar con el estado criminal de Misisipi hora tras hora y día tras día, por no decir noche tras noche. No tenía que sudar frío después de tomar decisiones que involucraran cientos de miles de vidas. No era responsable de recaudar dinero ni de decidir cómo usarlo. No era responsable de planear reuniones de oración, marchas, peticiones, campañas de registro de votantes.



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